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LA PAZ ES LA REALIZACIÓN DEL PROGRESO
Alí Medina Machado
Trujillo sigue emergiendo del recuerdo y de la nostalgia. Atado a las nubes eternas de una historia, que lamentablemente le ha oscurecido el destino que lleva a los pueblos a vivir siempre del presente, en arranque de enfrentamiento social y político con las estructuras nacionales, para planificar la vida prospectiva, que es la que en definitiva permite el desarrollo y el adelanto de las comunidades. Y es que Trujillo ha sido tradicionalmente la región más quieta de la nación, la más inerme de todas, porque aquí, sinceramente, se ha vivido de la historia y para la historia; de circunstancias vivenciales del pasado, que si bien se dieron en nuestro suelo y por ello hacen que nuestra entidad aparezca nombrada en los libros que hablan de la formación de la nacionalidad, no debe ser la única razón válida para que toda nuestra vida activa de hoy gire alrededor de esa condición de Estado Historia de la nación.
Por esta conciencia social tradicionalmente sembrada por las instituciones y dirigentes en el ánimo de nuestros pobladores, Trujillo se ha quedado en la cola de nuestro país. Y vemos con horror, que en vez de apresurar su marcha para tratar de acercar sus condiciones de vida a otras regiones nacionales, cada día su quietud crece y su inamovilidad enreda la red crecientemente trágica del abandono y de la miseria que campean libremente por los campos yernos de su paisaje… Habar de Trujillo abandonado es triste, cuando aquí se conjugan en solemnidad de reencuentro los hijos trujillanos, que regados por la patria en función dirigente, vienen al suelo de sus ancestros para escuchar nuestras voces, para indagar por nuestros padecimientos, para entrevistar sobre las necesidades prioritarias y para vivenciar de viva vista y oídos la cruda realidad de nuestra sociedad estancada, que clama porque se la mejore, que ofrece amplias perspectivas vírgenes para un desarrollo integral, y que tiene un archivo ya nutrido de planificaciones y programas de señalada importancia, que de llevarse a cabo harán el milagro supremo de nuestra redención y abrirán el camino pavimentado y recto para que este Estado nuestro que tanto queremos, desborde su actividad y aprenda a vivir como viven en el mapa de hoy los pueblos que buscan permanente tránsito creador hacia la universalidad.
Trujillo de la paz, siempre ha querido vivir en paz, pero parece ser que el concepto mismo del signo, ha sido mal entendido por las generaciones trujillanas, que del silencio de los tiempos han hecho una bandera de vida, y de la mudez para clamar reivindicaciones, una filosofía de la práctica que la historia misma se encarga de negar y de rechazar de manera total.
La paz no es el silencio, ni la quietud, ni la mudez. La paz es el progreso y el bienestar, la buena calidad de vida, la realización de la cultura, el perfecto estado de la salud física y mental, el desarrollo de los pueblos que lleva a la justicia social. La paz es la capacidad que debe haber en nuestros dirigentes para entender de manera viva y dialéctica el tiempo conflictivo y dramático que vivimos, “enfocado en situaciones y problemas que salen a su encuentro y a los cuales se le debe dar respuesta”. La paz es la conciencia del hombre público, puesto en posición de historia, para que entienda los problemas de la sociedad de su tiempo y tenga en tensión la voluntad para ayudar a resolverlos. La paz es la realización de la verdad, la renovación y la justicia.
A Trujillo lo llevamos en el alma, dice el verso del poeta. Y que bien que esta metáfora fuera el signo de la trujillanidad bien entendida. De los hijos para con el padre, de los hijos buenos que desearían llevar el pan al padre viejo, según el mandato evangélico. Hoy quisiéramos saber a dónde fueron a parar los pies de tantos trujillanos, que llevando a Trujillo en el alma, sin embargo, no trajeron el pan al pueblo padre hambriento.
Trujillo es pueblo quieto y esa quietud lo hace dormir cada día más. Los trujillanos estamos conformándonos con la nada. Somos especie de piedras enterradas en las calles y en los caminos, que los españoles colonialistas pusieron en las tierras de los Timotocuicas. Y nuestra voluntad en esa grama difícil de arrancar que se apoderó absolutamente del cuerpo de esas piedras. El mismo cronista de estas nuevas épocas señala en alarmada página del periódico: “En Trujillo quienes pueden reclamar no alzan la voz y quienes deberían gritar no tienen hemoglobina. Es un Estado resignado. En Trujillo se ensalza la historia. Se vive de muertos. Es hora de reclamar que el futuro existe, que se conquista viviendo el hoy (…) Trujillo tiene que dejar de ser estado Job”. |
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